Puerto Williams
Un regalo de la naturaleza
El poblado más austral del continente, en la región de Magallanes, es un destino obligado para exploradores y amantes de la vida al aire libre que llegan aquí al fin del mundo: un lugar para detenerse, respirar profundo, sentir el viento en el rostro y dejarse maravillar por la espectacularidad de su paisaje.
Por Nicole Saffie
Al subir al avión que lleva desde Punta Arenas a Puerto Williams, hay que elegir ventana. Porque si hay suerte, aparecerá enorme y majestuosa la cordillera Darwin, los últimos vestigios de nuestra cordillera de Los Andes, que aquí se eleva hasta casi los 2.500 m antes de hundirse en los confines del continente. Porque aquí es el fin del mundo. Al menos así se siente.
Ubicado en la ribera norte de la Isla Navarino, a orillas de la boca atlántica del Canal del Beagle, en la región de Magallanes y la Antártica Chilena, esta es una zona que se caracteriza por ser muy desmembrada, con una sucesión de islas, archipiélagos y penínsulas,
recortadas por una infinidad de canales y fiordos, que se aprecian desde el aire.
Comenzamos a perder altura y ahí abajo, en medio de esta abrupta geografía, se divisa una escueta pista. Aterrizamos tras un poco de movimiento. Me siento como descendiendo a la “Isla de la Fantasía”. Pero en vez de vegetación tropical, nos recibe un manto de lengas y coigües magallánicos, y un frío que nos lleva a cubrirnos antes de salir. Nos bajamos a la pista y ahí, ante nuestros ojos, aparecen los Dientes de Navarino en todo su esplendor: una secuencia de picos montañosos, cubiertos de nieve, que se han convertido en el destino anhelado de montañistas y aventureros de todas partes del mundo.
El pueblo
El camino que lleva del aeropuerto a Puerto Williams es bello. Árboles, montañas nevadas, un camino sinuoso en proceso de pavimentación. Tras una curva aparece una pequeña marina, el canal Beagle y el poblado de un poco más de 2 mil almas, las que tienen el coraje de vivir aquí. Unas viviendas perfectamente pintadas de blanco dan cuenta de la presencia naval en la zona, más de la mitad de la población, de hecho.
Una vez llegada y acomodada en el hostal (la mayoría de los alojamientos para turistas son hostales) hay que ir a recorrer. Nos acompañan unos caballos salvajes que deambulan buscando algo de pasto. Tras un par de cuadras están
la plaza, el liceo, el municipio, el hospital. También hay obras en construcción: el centro de justicia y el centro Subantártico Cabo de Hornos, que reunirá a científicos nacionales y extranjeros. Vale la pena visitar el museo Martín Gusinde, que atesora la historia del pueblo yagán, antiguo habitante de estas tierras.
Hay que caminar hasta la costanera, que va en dos niveles, remodelada hace poco. Ahí hay que detenerse, respirar profundo, sentir el viento en el rostro y dejarse maravillar por la espectacular vista al Beagle. Hay que observar cómo pasan las nubes y cómo los verdes cerros de al frente, algunos con sus cumbres nevadas, van cambiando de tonalidades. Simplemente, un regalo.
Entramos a “la” sala de embarque. En unos pocos metros cuadrados debe estar congregado el pueblo entero, además de los turistas un poco desconcertados. En medio de la algarabía, entiendo que debo ir a recoger mi maleta a una pequeña sala continua. No hay cinta transportadora. Tomo mi equipaje y salgo. Subo a una van junto a otros pasajeros, que luego me encontraría en repetidas oportunidades y viajes posteriores. No somos muchos los que venimos por estos lados.
Datos
Cómo llegar:
Aerolíneas DAP dapairline.com (50 minutos) o en barco, tabsa.cl (32 horas).
Dónde dormir:
Lodge Lakutaia lakutaia.com (ofrece paquetes completos con avión, comidas y tours); Hostal Fio Fio (moderno y con buenos desayunos).
Dónde comer:
Restó del Sur (pescados y mariscos, milanesas, pastas, pizzas); Wulaia (centolla, pescados y mariscos); Dientes de Navarino (sándwiches, comida colombiana); Puerto Luisa (café, sándwiches, pastelería y una vista privilegiada al Beagle).
Un poco de ejercicio
El turismo es una de las principales actividades económicas de Puerto Williams. Tras recorrer el pueblo, hay que alejarse. Una opción es arrendar una bicicleta y pedalear 1 km, hasta Villa Ukika, último hogar de los descendientes de yaganes. Otra alternativa es visitar el parque etnobotánico Omora, a 5 kilómetros por la carretera hacia el oeste, donde se pueden apreciar especies vegetales con lupa y explorar algunos de los bosques subantárticos. También se puede ir hasta la marina, conversar con algún navegante y embarcarse en un velero para dar la vuelta por la Isla Navarino o, incluso, llegar hasta el mítico Cabo de Hornos. También hay opciones para pasear en Kayak. La navegación, aunque sea breve, regala unos paisajes realmente maravillosos, además de permitir la observación de la avifauna local: cormoranes, albatros, pingüinos, lobos de mar y delfines, entre otros.
Se han desarrollado varios senderos para mochileros y para realizar caminatas de varios días en las montañas. Restos de campamentos y trampas para peces de los yaganes se pueden encontrar a lo largo de la costa este de la ciudad. Un imperdible es el trekking del cerro Bandera. Hay que ascender por un sendero bien demarcado que se interna por un bello y tupido bosque magallánico, donde además de lengas, ñires y coigües, hay una variedad de hongos y flores endémicas. También se pueden escuchar fiofíos y rayaditos, entre otras aves. El mirador ofrece una hermosa vista de Puerto Williams y sus alrededores. La meta es llegar hasta la bandera chilena, que le da su nombre, enclavada por sobre los 600 m.s.n.m.
Esa misma ruta es el inicio del famoso circuito de los Dientes de Navarino, que tarda unos cuatro a cinco días. Es una ruta exigente, que cruza cerros escarpados, lagunas y bosques, con un sendero que a veces se pierde de vista y que obliga a cruzar ríos y castoreras, el hogar de esta especie invasora que se ha propagado por toda la zona. El paso Virginia, con sus escarpados árboles que a veces obligan a trepar por ellos y los vientos que te llevan al suelo, debiendo descender con suma precaución, es el momento de mayor dificultad. Pero el esfuerzo es bien recompensado con una naturaleza tan prístina como inexplorada. Una sensación de lejanía, pero a la vez, de sentirse completamente vivo. Eso es Puerto Williams: un regalo de la naturaleza.