top of page

Patricio Goycoolea, monje Zen chileno

Y el cielo

tuvo compasión

Y el cielo tuvo compasión

Bautizado como Jikusan, “compasión del cielo”, recibe en su centro de Tunquén a practicantes de todo el mundo que aportando una donación voluntaria participan en un programa similar al de un monasterio Zen en Japón.

Hace tres años falleció su hija. Tenía 33. Su departamento en Marlborough, Inglaterra, se incendió. Murió mientras dormía. El hombre y el monje lloraron, como lo haría cualquier padre. Patricio Goycoolea Zerbi, el hombre, se hubiera quedado pegado en el dolor, pero Jikusan, el monje Zen, ordenado con ese nombre hace 26 años, fue capaz de pasar la página.

El  desapego, base del Zen, marcó la diferencia: vivir el presente sin aferrarse al pasado. Hoy ya no llora. No hay lugar para la melancolía. Ve a su hija en una flor, en una mariposa, en el sol al amanecer…

A los 71 años, nada queda del joven que nació en una aristocrática familia, dueña de un fundo que se extendía desde Santa María de Manquehue hasta lo que es hoy el centro comercial Lo Castillo. Sólo el nombre de sus parientes permanece en las principales calles del sector: Candelaria Goyenechea, su tatarabuela; Rosario Espoz, su abuela; y Narciso Goycoolea, su padre. Ada Zerbi, su madre, no figura en el vecindario, pero sí en la historia de la aviación chilena: fue la primera mujer en cruzar la Cordillera de los Andes pilotando un avión pequeño.

 

Tampoco queda nada del estudiante del Trewhela´s y del Grange School, ni menos del ingeniero comercial de la Universidad Católica que renegó de su profesión. Nada del fotógrafo internacional -su pasión de entonces- que publicó en Life, Larousse y Daily Telegraph, entre otros importantes diarios y revistas. Quizás lo buenmozo y su estampa de lord inglés, es lo único que Jikusan aún conserva intactos.

 

                                            Cuando nada necesitas

Sentado en el suelo, con las piernas perfectamente cruzadas, en el Zendo Tunquén, -lugar de meditación que dirige y al que llegan practicantes de todo el mundo- Jikusan recuerda sus años de adolescente, cuando iba a fiestas, fumaba Lucky sin filtro, tomaba gin y salía con lindas mujeres. “Tenía todo lo material, pero sentía un gran vacío que me impedía ser feliz”, reconoce.

Fue así como se olvidó de la ingeniería, tomó su cámara y se fue a viajar por el mundo. Conocer lugares remotos aplacaba en algo su insatisfacción. En uno de esos viajes, en 1978, conoció a Victoria Rose, hija de una tradicional familia inglesa, con quien se fue a vivir esa misma noche. Al año siguiente se casó vestido de etiqueta y en un Rolls Royce.

Su vida era exitosa y el nacimiento de sus hijos -Narmada y Pedro León- pareció suficiente para llenar el vacío de su existencia. Pero su constante búsqueda terminó por cansar a su mujer. Estuvieron siete años juntos. Él le dio el divorcio como regalo de Navidad, pero el desplome fue total: “O me tiraba por la ventana o buscaba una solución”.

Había leído sobre técnicas orientales que permitían trascender el sufrimiento, por lo que decidió partir a la India con lo puesto y un pasaje solo de ida. No supo nada de su familia durante los siguientes 15 años.

Inició un peregrinaje por el Narmada, río que corre por el centro de la India, que había inspirado años antes el nombre de su hija. Según la tradición, se deben recorrer casi mil 500 kilómetros, en un plazo de tres años, tres meses y tres días, sin zapatos, sin dinero y sin hablar. Patricio caminó solo un año y decidió partir a un centro de yoga en Nepal, donde escuchó hablar del Zen. Al poco tiempo, sus editores le pidieron un reportaje a un monasterio en Japón. Era 1989. Iba por dos semanas a tomar fotografías y se quedó 10 años meditando. Aunque el cambio de vida fue total, nunca se había sentido mejor. Solo salía del monasterio a mendigar para ejercitar la humildad. “Cuando uno no necesita nada, lo tiene todo”. En 1999 volvió a la civilización, convertido en monje Zen y con el nombre de Jikusan, que significa compasión del cielo.

Actitud de vida

¿Qué es el Zen?

Es una actitud de vida, el camino para la liberación del sufrimiento sin importar tus creencias. Al monasterio iban curas y monjas católicos a enriquecer su vida espiritual. Yo mismo fui bautizado y no me he descatolizado... Ni siquiera me planteo la religión.

¿Cuáles son sus fundamentos?

El Zen se basa en tres preceptos: no tocar el mal, no aferrarse al bien y vivir el aquí y el ahora. El mal es relativo, cada uno decide qué no tocar: ¿quién condenaría a alguien por matar al terrorista antes de estrellar el avión contra las Torres Gemelas? Para mí, tocar el mal es la calumnia; es lo único que no tiene excepción. Respecto al bien, no debes aferrarte a él, porque te pones soberbio; debes cultivar el desapego para alcanzar la plenitud. Y vivir el presente te permite terminar con el sufrimiento del pasado y la ansiedad por lo que vendrá. No cumplir estos preceptos no es un pecado para sentir culpa, sino un obstáculo en el camino hacia la liberación del sufrimiento.

“El Zen es una actitud de vida, el camino para la liberación del sufrimiento, sin importar tus creencias”.

El Zazen, meditación en la tradicional postura del loto, busca dejar pasar los pensamientos para cultivar el desapego y liberarse del sufrimiento.

“El Zen se basa en tres preceptos: no tocar el mal,      no aferrarse al bien y vivir        el aquí y el ahora”.

¿Cómo se cultivan estos preceptos?

La base es el Zazen, la meditación en la tradicional postura del loto, sentado con las piernas cruzadas frente a una pared. No se trata de poner la mente en blanco, sino de dejar pasar los pensamientos. Se busca encontrar tu esencia que es igual a la esencia de los demás.

¿Y en qué consiste esa esencia?

Aparecen el amor, la compasión, sentimientos que unen a los seres humanos. La verdadera identidad, el ser genuino de cada cual, influye en los demás. No hay separación, sino que todo es un solo cuerpo de vida, cuya característica principal es la impermanencia: cambia, todo cambia, como decía Violeta Parra.

¿Cómo lleva el Zazen a la vida cotidiana?

A través de la práctica. En el Zendo llevamos la meditación a trabajos simples, como pintar, jardinear, cortar leña o barrer; es la meditación en la acción. La idea es que al salir,  seas capaz de meditar mientras manejas, vas al supermercado o estás en la oficina, que es aún más difícil.

¿Qué significa ser monje Zen?

No es un título que se logra a través del estudio; no hay actividad intelectual. Sólo debes practicar los tres preceptos. Es un acto de darse cuenta; no se acumula como el conocimiento. El día que te ordenas, te rapas la cabeza: es la señal de haber logrado el desapego que te lleva a liberarte del sufrimiento. Y esa es la búsqueda de todo ser humano: encontrar la felicidad.

bottom of page